Un dia como hoy, pero hace 100 años, ocurrió el primer gol olímpico en la historia del fútbol.
Nacido el primero de febrero de 1903, Onzari repartió su formación futbolística entre Sportivo Boedo y Mitre, pero cuando estaba listo para debutar, este último equipo se disolvió, por lo que pasó directamente a engrosar las filas de Huracán. El Globo, en 1921, marchaba como animador del torneo de la Asociación Argentina de Football, que estaba separada de la Asociación Amateur de Football. Onzari llegó justo para la etapa de definición y logró conquistar el título con su equipo, que aventajó por tres puntos a Del Plata y por cinco a Boca, que junto a Huracán era el único de los clubes denominados grandes que disputaban la Copa Campeonato de la Asociación Argentina.
Al año siguiente, se asentó como puntero izquierdo del Globo, que repitió el título, y también debutó en la Selección Argentina. Para entonces ya era considerado uno de los grandes valores del fútbol argentino y se destacaba por su velocidad y su visión de juego, pero principalmente por su capacidad para llevar la pelota corta, cortísima al pie. Eso, claro, le trajo algunas consecuencias que luego se convertirían en una constante en su carrera, ya que su estilo lo hacía permeable a las patadas de los defensores rivales. Ante los golpes, Onzari reaccionaba siempre de la misma manera: sin ninguna queja, sin ningún reproche, se levantaba, tomaba la pelota, y continuaba jugando en una eterna concatenación de gambetas que se multiplicaban por decenas en cada partido.
En 1923 Huracán y Boca terminaron primeros con 51 puntos, muy por encima de los 40 de Sportivo Barracas, y definieron el título en un desempate que se saldó recién en el cuarto partido y que consagró al Xeneize. Onzari también cosechó un segundo puesto con la Selección en el Sudamericano de Montevideo, al perder ante los locales.
En 1924 Huracán tuvo una caída estrepitosa y redondeó su peor campaña en mucho tiempo, a pesar de que una remontada al final sirvió para maquillar la temporada con un séptimo puesto. No obstante, fue el año de la obra cumbre de Onzari.
En la cancha de Sportivo Barracas, Argentina recibió a Uruguay, que venía de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Colombes. El partido estaba cargado de expectativas por parte del público local, no solo porque en Montevideo el equipo nacional había rescatado un empate auspicioso, sino también porque la visita de los campeones olímpicos servía como vara para determinar el nivel del seleccionado argentino.
La cantidad de público que concurrió a ver el partido en aquella oportunidad generó disturbios, hubo heridos y todo terminó con la invasión de la cancha. Antes del alambrado olímpico, el sector del público se dividía del campo de juego por una cadena que, a unos veinte centímetros del piso, hacía las veces de línea señalizadora. La concurrencia de ese partido varía según la fuente, pero ninguna baja de 50.000 personas. Además, en la previa de ese trunco encuentro se advirtió por primera vez una costumbre que se convertiría en deporte nacional: la reventa de entradas. En la puerta del estadio se voceaban populares a cinco pesos, una fortuna para la época y un precio muy superior al valor original.
Con semejante panorama, no es de extrañar que el encuentro haya tardado solamente cuatro minutos en suspenderse por orden del juez uruguayo Ricardo Villarino. Ni siquiera la intervención del Ministro de Guerra, Agustín P. Justo, alcanzó para detener la batahola. Los jugadores uruguayos se tuvieron que refugiar en el vestuario y los argentinos salieron por una puerta trasera, mientras el público, bajo la intensa lluvia que se había desatado, aguardó casi cuatro horas por la reanudación.
Los dirigentes uruguayos, al ver el cuadro de situación, exigieron que se crearán las condiciones para la realización del partido. Las condiciones, según ellos, consistían en la instalación de un alambrado perimetral, un pedido al que los argentinos accedieron. Así, el partido finalmente se disputó el 2 de octubre con casi 37.000 personas en las tribunas.
El encuentro comenzó accidentado por el juego brusco de los uruguayos. En una de las primeras jugadas, el goleador charrúa Pedro Cea fracturó a Adolfo Celli. Los cambios no estaban permitidos, pero dadas las circunstancias y en un “acto de caballerosidad”, los visitantes aceptaron el ingreso, en lugar del lesionado Celli, de Ludovico Bidoglio, que allí empezó su exitoso peregrinaje en la Selección.
A los quince minutos, luego de que el arquero uruguayo cediera un córner desde la izquierda, Onzari ejecutó el tiro de esquina con la pierna derecha y la pelota tomó una extraña comba hasta cerrarse para terminar definitivamente adentro del arco, sin que nadie pudiera tocarla, así se convirtió en el primer gol olímpico del que se tiene registro. Lo curioso del caso es que la International Board había aprobado, basándose en una solicitud de la Asociación Escocesa de Football, el cambio pocos meses atrás, por lo que permitía que los tiros de esquina se ejecutasen directamente y que desde allí se pudieran marcar goles. La notificación había llegado a la AFA unos días antes, pero no muchos sabían de la nueva reglamentación. El árbitro Villarino, no obstante, sí estaba al tanto, y no titubeó en validar la conquista.
Tras el gol olímpico, que recibió ese nombre debido a las circunstancias y el rival, el encuentro continuó, Uruguay llegó al empate a través de Pedro Cea y Argentina redondeó el triunfo 2-1 con un tanto de Domingo Tarascone. El partido se suspendió cuatro minutos antes del final, luego de que José Andrade lesionase a Onzari y de que el público reprobase el violento juego de los visitantes arrojando botellas y piedras al campo de juego. A partir de entonces, el wing izquierdo tomó fama mundial y cada gol marcado directamente desde el tiro de esquina llevó el sello de su nombre. Durante mucho tiempo, cada vez que se repetía la jugada se decía que era un gol “como el de Onzari a los olímpicos”, hasta que la incomodidad del término provocó que la contracción “gol olímpico” se abriera terreno y se eternizara.
Al mismo tiempo, ese día se dio la primera transmisión radial de un partido de fútbol en vivo y en directo. Esta estuvo a cargo del radioaficionado Horacio Martínez Seeber, quien, sin tener mayores conocimientos en la materia, siguió el partido desde la improvisada cabina instalada en los techos de chapa del vestuario visitante. Martínez Seeber relató las variables del juego sin mencionar el nombre de los jugadores, pero sí los sectores de la cancha por los que transitaba la pelota. En los días previos se había publicado en los diarios un diagrama del campo dividido por partes para que los oyentes pudieran seguir el juego, un sistema que se adelantó al que años después popularizaría Fioravanti. El comentarista fue Atilio Cassime, periodista del Diario Crítica, y con los años tomó fuerza el rumor de que Carlos Gardel asistió a la transmisión e incluso cantó en el entretiempo, pero es una versión que nunca fue confirmada por los testigos presenciales.
Otro dato pintoresco es que, a falta de un segundo árbitro, el encargado de marcar el ataque argentino fue Pedro Calomino, delantero de Boca al que se le atribuye la invención de la jugada de la bicicleta, que hizo las veces de juez de línea enfundado en una camiseta de Alumni para evitar confundir a los rivales.
En 1925 Huracán volvió a gritar campeón al superar en el desempate a Nueva Chicago, y Onzari fue contratado por Boca para la Gira por Europa. Junto a Manuel Seoane, de El Porvenir, formaron parte de la delantera del equipo enfrentando a potencias europeas como el Real Madrid, el Atlético de Madrid, el Espanyol y el Bayern Munich. El balance fue más que positivo para Boca, que se constituyó en una embajada del fútbol argentino y que trajo una favorable estadística, ya que en total disputó 19 partidos, de los cuales ganó quince, igualó uno y perdió tres. Fue la consagración internacional del Xeneize, que al regreso de su expedición fue decretado Campeón de Honor por la AFA.
En 1928, Onzari levantó el último trofeo de Huracán en el amateurismo, formando parte de una delantera histórica. Con la irrupción del profesionalismo, siguió jugando en su querido Globo hasta 1932, cuando se alejó de la actividad con su rodilla maltrecha, dejó un saldo de 212 partidos jugados y 67 goles convertidos. Tras su retiro, hizo algunos trabajos en las inferiores de Huracán, pero se mantuvo alejado del fútbol. Falleció el 7 de enero de 1964, a los 60 años, luego de una prolongada enfermedad.