El 25 de junio de 1995 el Ciclón se quedó con uno de los finales más apasionantes de la historia de los torneos cortos. Terminó así con una sequía de 21 años sin títulos.
Fue, quizás, la mochila más pesada. San Lorenzo acumulaba, en 1995, 21 años sin campeonatos, lapso en el que había transcurrido su peor momento institucional, con la pérdida de categoría en 1981 y el despojo del Viejo Gasómetro, que lo hizo jugar durante casi una década y media en canchas prestadas.
A eso se sumaba el desenlace del torneo previo, el Apertura 94, que se había escapado por muy poco ante el invicto River de Enzo Francescoli y el Tolo Gallego. Pero el Bambino, siempre irremediablemente optimista, se había juramentado sacar campeón al Ciclón, como forma de agradecimiento a tanto cariño, y decidió hacer una pretemporada de 45 días en Mar del Plata, que los propios jugadores bautizaron como la más larga del mundo.
El equipo había mantenido la base del torneo anterior, pudo retener al brasileño Paulo Silas, su mejor valor, y eso lo convertía en natural candidato. Sin embargo el comienzo fue desolador: empate de local contra Gimnasia de La Plata (1-1), a la postre el rival a vencer, y derrota contra Argentinos (0-2) en Caballito. Recién en la tercera se comenzó a ganar, fue un 2-0 a Ferro, con tantos de Rivadero y Silas. Luego se encadenaron dos éxitos en fila en Avellaneda ante Independiente (1-0) y Racing (2-1). En la sexta, la mano venía torcida contra Belgrano en el Nuevo Gasómetro, pero al Gallego González su viejo le dio un empujoncito desde el cielo y propios y extraños se emocionaron en ese festejo.
Tras perder en el Monumental con lo justo, el equipo se recuperó con otra racha fulminante: Gimnasia de Jujuy (2-1), Banfield (3-0), Newell´s (3-0), Mandiyú (2-1) y Español (1-0). En la jornada 13 fue empate con sabor a derrota ante Platense. El Ciclón se había puesto en ventaja con un gol sensacional del Gallego, pero Kenig igualó en la última pelota. Para ese entonces el equipo se recitaba casi de memoria: Passet; Escudero, Arévalo, Ruggeri, Manusovich; Monserrat, Galetto, Netto; Silas; Biaggio y González.
Llegó la goleada en el clásico ante Huracán (3-0), una trabajosa victoria en Córdoba contra Talleres (3-1) y la fiesta con Boca (2-0), con un cabezazo del Pampa Biaggio y un balinazo del Perro Arbarello. En la fecha 17 se vivió el momento más duro de la temporada: se perdió con Vélez (0-1) sobre el final y se resignó la punta porque Gimnasia había derrotado a Argentinos por 3-1, con tres goles de penal. Todos los fantasmas volvieron a sacar número por Boedo y parecía que otra vez iba a quedar la vuelta atragantada.
Luego de un sufrido triunfo contra Lanús (1-0), se llegó al último partido un punto abajo del equipo de Timoteo Griguol, que para sumarle más dramatismo a la definición solía ganar sus juegos en los últimos minutos. El Ciclón definía de visitante ante Central y el Lobo de local con Independiente. En medio de un panorama poco alentador, el Bambino arengó al pueblo santo en Fútbol de Primera con un mensaje conmovedor: «Este club se ha ido a la B, ha vuelto a la A con sacrificio… no ha tenido estadio, ahora tiene un estadio; y hay que tener fe, hay que tener ilusión. Por eso quiero que vayan 25 o 30 mil personas, con alegría, en familia, a Rosario y si se da se da, y si no mala suerte».
La gente se contagió del entrenador y la gélida tarde del 25 de junio de 1995 el Gigante de Arroyito tuvo 35 mil almas azulgranas que fueron a buscar lo que para muchos parecía imposible. Hubo explosión en el gol de Mazzoni para Independiente, angustia en el penal errado por Netto, grito del alma con el cabezazo del Gallego González, emoción en las lágrimas del Bambino y una alegría única, irrepetible y desconocida para varias generaciones… Y entre los abrazos y el recuerdo de los cuervos que ya no estaban, los hinchas de San Lorenzo comprendieron en un instante mágico que todo lo sufrido había quedado para siempre atrás.